viernes, 7 de septiembre de 2007

Camino


Capítulo 3º: Loco

Pero no muero. Desciendo impasible y cuando veo una luz recupero los ánimos y me dirijo hacia ella. Me abro paso entre zarcillos de oscuridad que tratan de detenerme y capas negras que me impiden respirar. Lucho desesperadamente contra la nada para encontrarme de nuevo bajo la luz del fanal. Miro sorprendido a la figura encapuchada que continúa en el mismo lugar y me pregunto si se acordará de mi.

—Lamento lo ocurrido —Dice con voz sincera mientras me incorporo—. Ahora recuerdo que camino era el que habías tomado.

—¿Me ha traído hasta aquí usted?

—No, te dije que este es el fin de todos los caminos.

—Me temo que no lo tengo claro. De todos modos aquel camino no tenía principio.

—Todos tienen un principio y un final. Pero quizás el final sea la ausencia de este mismo.

—Muy bien ¿Ahora cual elijo? —Miro a mi alrededor descartando aquel que tome antes y me decido por otro cualquiera. Desde este lado es imposible diferenciarlos a no ser por su situación alrededor del anciano.

Oigo algo entre la oscuridad. Unas voces murmullan y sisean tras la impasibilidad de la negra masa. Sigo con paso silencioso el trazo que marcan las voces. Me encuentro frente un camino donde las voces son más claras. Me llaman. El anciano dice algo a mis espaldas, pero las voces me engullen hacia el camino y mientras atravieso el umbral entre realidades no oigo su advertencia.

Está todo oscuro, pero es algo que ya ha dejado de sorprenderme. Me he acostumbrado hasta tal punto que no recuerdo el calor de los colores y apenas unas pocas texturas. He perdido de vista la entrada a este sendero. No recuerdo cuanto tiempo he seguido las voces hasta ahora. El viento ha comenzado a soplar y noto una sensación familiar. Pero esta vez no me dejaré llevar. Vigilo mi paso y camino despacio, con cautela pero sin demora. Las voces regresan con más fuerza que antes. Hablan directamente a mi mente, pero son demasiadas para conseguir entender nada. Una tras otra cargan contra mi indefensa mente blandiendo espadas incandescentes de fuego sulfúrico. Cada golpe es una punzada que me nubla visión o me niega movimiento. Las piernas me fallan y caigo irremediablemente una vez más. El dolor no cesa y mi mente está siendo mutilada una y otra vez por voces sangrientas que amenazan con verdades ocultas y dolor encarnado. Me encojo tumbado sobre mi costado. Doblo las piernas sobre mi estómago mientras vomito toda la realidad que poseía en una masa pútrida y coagulada que empapa mi mejilla derecha que descansa sobre el negro piso. Cuando no queda realidad en mi estómago noto como se escapa de mis pulmones y el dolor que provoca es mil veces cien mas fuerte que el que sintiera Aquél al ser desterrado del útero de su madre. El gas se filtra de los pulmones al pecho y por los poros de mi piel sale al exterior infectando el falso aire que me rodea. Un nuevo golpe arranca un importante pedazo de mi ser juntamente con la parte izquierda de mi cerebro. Escondo la cabeza bajo las manos y los brazos intentando evitar que sea golpeada de nuevo. Una de las voces suelta su arma y con sus manos teje una música tranquilizante. Y me siento descansado. Noto cada pedazo de mi ser desprenderse en una inmensa avalancha interna y derritiéndose en las laderas de una montaña deslizándose como lava hirviendo por las comisuras del cráter de un volcán. Pero no hay dolor. Los cortes no intoxican mi sistema nervioso, las rocas no causan daño al aplastarme a su paso y la lava me cubre el tronco inferior pero no quema. Aún así no me dejo embelesar y antes de que cercenen por completo mi sentido común, tomo la espada que permanece en el suelo y corto la lava que impide moverme. Me incorporo sobre mis rodillas y desvió cada estocada ardiente que las voces lanzan contra mi. Corto la garganta de aquella que canta y me libero de mi aletargamiento. Las manos arden al contacto de la espada. La piel se cuartea y las ampollas anuncian el insoportable dolor. Acomete la voz mas suave y de un golpe dulce arranca la espada de mis manos, llevándose parte de mi piel en el acto. Pero no me dejare atrapar. Las rocas aprisionan mis piernas pero hago uso de los brazos para moverme. Cierro los puños y el dolor que siento en mis palmas es la energía que uso para arrastrarme en la oscuridad, huyendo de las voces que me atacan. Arrastro el pecho sobre el vómito que fue mi realidad y avanzo hacia el principio del camino. No me rendiré. Ellas no quieren que llegue. Siempre están ahí y siempre han estado para hacerme caer. Pero no lo conseguirán. Grito desesperadamente mientras la realidad que hay bajo mi estómago empapa mi ropa y se filtra a través de mi piel ardiendo en mis venas. Grito como jamás antes había gritado y mis oídos se embotan incluso cuando me quedo sin aire y un pitido agudo aún los ocupa.

Se han ido. Las voces, acalladas, han dejado el lugar. Me incorporo y miro a mi alrededor. Recojo los pedazos de mi que han quedado enteros y los guardo donde corresponden. Pero muchos otros han ardido hasta las cenizas o han sido aplastados. Los miro, miro las heridas de mis manos y la sustancia pegajosa que resta en mis ropas. Inhalo realidad pura que me rodea y miro al cielo negro. Estallo en carcajadas estruendosas. No han podido conmigo. Han tratado de rendirme a ellas y han tenido su merecido. Disfruto con la visión de la voz que me intento engatusar con su canción y como la despedacé con su propia espada. La risa se ha tornado histérica y sobrecargada. Soy el vencedor, soy invencible. Ya nada puede apartarme de mi objetivo. Calmo las carcajadas y con unas risitas entre dientes y una gran mueca de autosuficiencia retomo el camino sin reparar en el daño que me han causado.

El trayecto se ha vuelto más ameno con la aparición de más matices a parte de la propia oscuridad, que he acabado por determinas, tiene un especie de “vida propia”. A diferencia de lo que me parecía en un principio, este camino está cubierto. Encerrado en un inmenso pasillo giratorio de forma cilíndrica. Se que es difícil de interpretar, pero es así. Pintado con líneas blancas y negras alternativamente transversalmente al pasillo en si. Al caminar, juntamente con la rotación del mismo, se crea un espejismo caleidoscópico en blanco y negro. La vista se cansa y se rinde ante el acompasado movimiento del camino. Las paredes dibujan imágenes fugaces que divisas de reojo y desaparecen al mirar fijamente, haciendo aparecer más de estas donde antes tenías posada tu vista. En un principio bailas en una histérica danza de luces y sombras fluidas hasta que tu mente se ve agotada y los ojos se acostumbran a la visión desdibujada que se dobla a tus espaldas. Entonces fue cuando la vi. Estaba tras de mi, jugando a esconderse juntamente con otras muchas formas. Una voz me seguía a una distancia razonable, creyéndose invisible entre las luces. Han pasado varios instantes, muchos de ellos, y aun sigue ahí, bailando entre las imágenes, reptando entre la oscuridad arrastrándose entre pensamientos. Cree que no me he dado cuenta, pero no es así. Quiere atraparme, quiere destrozarme, usar su espada contra mi. Sin darme cuenta acelero el paso. Aun me sigue, se piensa que me cogerá desprevenido, que no me daré cuenta de su ataque, piensa matarme rápidamente, para que me crea vivo mientras me hundo en su miseria. Cada vez va mas rápido y no puedo dejarla atrás. Me sigue, ¿Quién sabe desde cuando me ha seguido? Siempre atenta, vigilante, observando todos y cada uno de mis movimientos. Escuchando tras las paredes mirando por cerraduras y ventanas. Siempre ahí, maldita voz, recaudando información para hacerme caer. Hay una araña en mi habitación, tejiendo su tela en cada rincón, balanceándose sobre mi cabeza, sutilmente envolviéndome en su crisálida de engaños y mentiras.

—No vas a cogerme —grito hacia mis espaldas. Pero nada responde. No puedo correr más rápido, la respiración no consigue sustentar el aire que necesito. Pero detrás de mí no hay nada. La he perdido o sencillamente al verse descubierta ha decidido dejar paro otro día la culminación de su plan maestro. Pero ya estoy sobre aviso y no pienso caer. Estaré más atento ahora de lo que jamás estuve antes. No me pillaran desprevenido. Nunca más.

Todo es gris. En el aire flotan sentimientos de tristeza y amargor. Todo es insípido y frustrante. Los sentimientos de una vida llena de desgracia y tortura penetran en mí por cada poro de mi piel. Me hundo en la sensación. Nada ha merecido la pena. Sé que nunca encontraré mi camino. No merece la pena intentarlo, no merece la pena luchar, no merece la pena vivir si no puedo lograr mi cometido. Estoy llorando de rodillas en el suelo. No consigo recordar ningún buen momento en mi vida. Comienzo a dudar que existiese alguno en realidad. La realidad… la realidad es que solo estoy aquí para sufrir, para el regocijo de otros. Siempre aquí para que se aprovechen de mí y destrocen mi alma y mente mientras otros mortifican mi carne. Un chispazo en mi cabeza desencadena una reacción que recorre todo mi cuerpo al igual que la electricidad recorre un cable. Me pongo en pie. La rabia aflora en mi. Doy media vuelta golpeando el aire con el brazo y al notar la poca resistencia acometo con una patada el suelo. Miro a la oscuridad sobre mi cabeza y grito con toda mi rabia. ¿Para esto todo el trayecto? ¿Para una existencia en desgracia? Maldigo el camino y maldigo a las voces. ¿Para llegar aquí he sufrido tanto y he luchado contra ellas? Las mataré. Juro que las mataré a todas, les devolveré cada golpe multiplicado por mil. Voy a matar a todos los que se han aprovechado de mi. Odio, eso es lo que siento. Mataré y destruiré a todo el mundo. Voy a volver atrás. Y voy a acabar con su miseria. Mataré al guardián por no advertirme de lo que me aguardaba. Doblaré la luz del fanal y destruiré los caminos y la misma oscuridad gritará hendida por la hoja destellante.

Corro a través del camino pasando por el pasillo de las luces. Ahí vuelve a estar la voz que me sigue. Me ve y comienza a huir. No escapará de mi. Atravieso todo el camino hasta que la voz se encuentra con sus hermanas. Todas ellas barran el paso a la salida del trayecto. Desconocen que no voy a salir hasta que acabe con todas ellas. Me lanzo contra una de ellas y la atravieso como ser inmaterial que es. No le he hecho nada, pero a mi paso miles de espinas de incertidumbre, miedo y frustración han atravesado mi cuerpo y perforado mi ánimo haciéndome caer de bruces contra el suelo. Acometen todas contra mi. Miedo, soledad, alucinaciones, odio, son solo algunos de las heridas que me causaron. Pero el pánico las vence a todas. No puedo levantarme, así que comienzo a arrastrarme hincando las uñas en la oscuridad del suelo. Diminutos insectos como arañas trepan por mis manos hasta mi cara y entran por mi boca haciéndome vomitar. Incertidumbre, miedo a no vivir. Desesperación, odio, energía para volver y vengarme. Pero estoy perdiendo el sentido, no consigo reconocerme entre tantas sensaciones. ¿Me estoy arrastrando, o simplemente creo estar haciéndolo? Mis brazos se mueven, pero no los siento. Soy uno con las voces y las voces son todo yo. Sueño con un lugar mejor, sueño con la luz que casi puedo pensar que es real, aguardando a pocos metros de mi tumba. Porque eso es en lo que se va a convertir el camino.


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