domingo, 11 de noviembre de 2007

Al otro lado del espejo

Se despierta como un día cualquiera y se viste con la tenue luz de la lámpara de mesa. Desayuna a oscuras una taza de café, de pie en la cocina. Coge las llaves y sus trastos y sale de la casa. El ascensor parece no llegar nunca, así que opta por bajar por las escaleras. La luz del día aun no llega a filtrarse por los pequeños ventanucos situados entre piso y piso, ocultando los escalones en la penumbra. Pero son ya muchos años los que lleva bajando por ellos, así que la luz no le resulta imprescindible para encontrar un escalón tras otro. Baja los últimos peldaños y con la vista fija en el suelo atraviesa el umbral del portal del edificio. Da dos pasos y se detiene en seco: frente a él se encuentra un muro de cristal; frente a él y a ambos lados, y cuando mira atrás el muro le rodea como si de una jaula se tratase. El sol se encuentra en lo alto al otro lado del muro, pero su brillo no se aprecia desde el interior de la caja transparente. La calle es la misma que había visto tantas otras veces. Los mismos coches, las mismas casas, la misma gente de costumbre; pero algo no es normal. Se vuelve ansioso y comienza a respirar apresuradamente, cautivo en esa cárcel de cristal, que ni deja ver ni refleja. Apoya sus manos en uno de los muros y posteriormente su cabeza. Alza ambas manos y con desesperación golpea al cristal con los puños cerrados. Es un golpe contundente y la prisión de vidrio se quiebra en una explosión de destellos que son seguidos por una oscuridad que todo lo engulle.

No sabe dónde se encuentra. Podría ser una sala o tal vez aún está en la calle, pero esta todo tan oscuro que no es capaz de discernir una pared, un objeto, ni tan siquiera el suelo. De repente se encuentra frente a sí mismo. Un espejo flota sobre el vacío, o tal vez cuelga enganchado de una pared tan negra como todo lo que le rodea. Pero esos detalles no le importan, se concentra en su propio reflejo, uno que ha visto incontables veces, pero que sin embargo le resulta completamente nuevo. Es una paradoja típica de las historias que le gustaba leer y de vez en cuando escribía, con la diferencia que esta era tan real como él mismo. Indaga sobre su propio rostro buscando algo que no sabe qué es, que ni tan siquiera sabe si existe. Sus mismos ojos, su pelo, sus labios; todo exacto pero invertido, como en todos los espejos. Sin embargo hay algo que falla. Es como si en un rompecabezas se hubiese colocado una pieza del revés. De entre el estallido de colores de la imagen, hay una pieza gris, girada, tan pequeña que no modifica el aspecto del rompecabezas, pero que definitivamente lo hace diferente. Entonces nada más nacer esa idea en su mente, en el espejo se empiezan a dibujar líneas dibujando formas parecidas a las de las piezas de un puzzle y como si uno de estos se tratase, se comienza a desmoronar hasta dejar solo oscuridad frente al chico.

Una fuerza desconocida le obliga a darse media vuelta y de nuevo, frente a él, un espejo. Unos ojos miran fijamente dentro de los suyos y con una fuerza hipnótica le impiden apartar la vista. El reflejo hace un ligero movimiento a la vez que el reflejado. Este último es el que obedece a los deseos del otro. Los labios del chico del espejo se mueven formando palabras insonoras que cobran vida en los labios del joven: “¿Alguna vez has pensado que tal vez, te encuentras en el lado equivocado del espejo?” Junto con estas palabras un gran terror se apodera de su corazón, uno como jamás había sentido; a pesar de haberse considerado un perfecto conocedor del miedo. Su reflejo le obligaba a realizar los mismos movimientos, como si de un juego se tratase: girar la cabeza, mover los hombros, levantar el brazo. Con todas las fuerzas que pudo reunir de donde quisiera que procediesen, detuvo el brazo y entonces en el semblante del reflejo se dibujó una expresión de miedo, observó como su puño se cerraba y como golpeaban el espejo ambos a la vez. El reflejo desde fuera y desde su interior el reflejado, haciendo volar el cristal en pequeños pedazos.

De nuevo ante el espejo. Pero esta vez el espejo no reflejaba, como se suponía debía hacer. A pesar de que detrás de él no había nada, este mostraba una sala; una habitación de una casa, la de un amigo. En cuanto a su reflejo, no estaba. El espejo mostraba, como si de una pantalla se tratara, aquella habitación en la que había estado tantas veces, junto con sus amigos. Y ahora se encontraba llena de personas conocidas, otras desconocidas y algunas diferentes a como las recordaba. Hablaban, reían y ocasionalmente miraban al espejo, pero ignorándole, actuaban como si no estuviese allí (aunque en realidad no lo estaba, al menos en su lado). En un instante todo cobró sentido: las palabras de su anterior reflejo, la sensación de su primera imagen frente al espejo. Él era aquella pieza del puzzle, que no estaba colocada tal como tocaba, y aunque el mundo no cambiaba por su culpa, no era como lo era antes. Él, como pieza se encontraba girado, en el lado incorrecto del espejo. Cerró los ojos y esperó un tiempo a abrirlos aguardando reaparecer en su cama, como si de un sueño se hubiese tratado, y tras completarlo, despertarse.

Abrió los ojos y frente a él, su reflejo. Su imagen miraba cansada y abatida, con lágrimas en los ojos. Los labios temblorosos y una expresión que denotaba unas tremendas ganas de romper a llorar. Alzó una mano y entre sus dedos se encontraba una navaja de afeitar. La mano temblorosa acompañó a la navaja hasta el rostro y realizo un corte en la mejilla derecha. Una sonrisa sardónica se dibujó en el rostro que continuó realizando cortes en toda la cara, mientras las risas psicóticas de aquel reflejo eran acompañadas por sus propias lágrimas de dolor, un dolor tal vez más allá de lo físico. Las heridas ardían en el rostro del joven que miraba con pánico lo que su doble estaba realizando y podía notar el sabor salado y metálico de la mezcla de lágrimas y sangre cuando estas alcanzaron los labios del reflejo. Las risas se convirtieron en carcajadas de desespero cuando levanto el brazo de la mano libre y condujo la navaja a la altura de la muñeca. Su mirada se clavó en la del joven, como si acabase de descubrir que era observado. Las risas cesaron y el cuerpo entero comenzó a temblar cuando decidido comenzó a apretar la cuchilla contra sus azules venas y practicando un corte la deslizo suavemente. No pudo soportarlo más, venció al miedo que le mantenía inmóvil y golpeó con ambas manos el cristal que saltó en pedazos. Sintió como los fragmentos vidriosos rasgaban y se clavaban en sus manos y brazos; pero no hubo dolor, simplemente se desvaneció todo en un instante y cayó inconsciente.

No supo si había despertado ya, cuando se encontró frente a su imagen una vez más. Esta vez notó como se miraba con rabia desde el otro lado del cristal y sintió el odio en lo más profundo, en cada uno de sus huesos. El reflejo no medió palabra alguna, alzó el puño y golpeó el espejo. Una lluvia de partículas cristalinas bañó el rostro del joven que tuvo que cubrirse los ojos y cuado los volvió a abrir, su imagen reflejada, aun se encontraba ahí, mirándole llena de odio. Por segunda vez golpeó de un puñetazo el cristal y por segunda vez el chico tuvo que protegerse el rostro de los fragmentos que volaban hacia él. Y por segunda vez, el cristal pulido permanecía intacto. Perdiendo la paciencia, cogió una silla, que antes no existía, y la lanzó contra el espejo de nuevo, pero sin obtener ningún resultado diferente. Desesperado, perdió el control y comenzó a acometer contra el espejo con rabia y locura, y cada vez que este se hacía añicos aparecía reconstruido tras los pedazos. El reflejo cayó sobre sus rodillas destrozado por su incapacidad, sin pararse a observar que en el espejo se había formado una grieta. Mientras lloraba postrado frente al espejo la grieta lentamente se fue cerrando, como si de una herida se tratase, cicatrizando hasta no dejar marca de su existencia.

Se encontraba en la calle, frente a su portal, tirado en el suelo y aturdido sin apenas poder discernir lo que le rodeaba a causa del brillo del sol. La gente se arremolinaba a su alrededor y murmuraba, hablaba y le miraban sorprendidos. De entre todas las palabras que le rodearon, solo pudo entender unas, aunque en ese momento no supo cual era su significado: "infinitas caras tiene un espejo". Se incorporó y apartó como pudo a la muchedumbre, continuando su camino como si nada hubiese sucedido, pues en realidad no recordaba nada y se convenció de que había sido solo un desvanecimiento causado por el calor. Se dirigió a la barbería, hacía días que necesitaba un corte de pelo y quería aprovechar esa mañana libre para ir. La sala era pequeña, con el espacio justo para contener tres sillas de peluquero y unas cuantas normales para aquellos que esperaban. Desde la puerta, enfrente había un pequeño lavabo para lavar el pelo, detrás una puerta solo para los empleados y a la izquierda de esta la de los lavabos. A la Izquierda, sobre las sillas de espera, un espejo a lo largo de toda la pared y en el otro lado de la habitación, un gran espejo mayor que el anterior. Ese día el lugar estaba vacío, así pues no tuvo que esperar. Se sentó en la silla de la izquierda y el peluquero comenzó con su trabajo. Las palabras que había oído le vinieron a la cabeza: "infinitas caras tiene un espejo" y recordando estas palabras se fijó en el espejo que tenía frente a él. Este reflejaba el espejo que se encontraba a su espalda y a su vez era reflejado por él. Intentó discernir cuantas imágenes reflejadas se encontraban allí encerradas. Pero no pudo, pues continuaban más allá de lo que su vista alcanzaba. Entonces lo recordó todo y pudo observar como su reflejo, justo en frente, movía los labios para pronunciar unas palabras que de nuevo no sonarían. Sin sobresalto alguno, con plena tranquilidad, respondió a la pregunta insonora con una simple sonrisa, pícara y llena de satisfacción.

"¿Alguna vez has pensado que tal vez, te encuentras en el lado equivocado del espejo?"

2 comentarios:

Adam Reiss dijo...

Mola el relato ^^. Un poco espeso para leerlo a las 8:30 de la mañana. Pero mola mucho :P
A ver si me pongo las pilas y empiezo escribir algo de una vez

Anónimo dijo...

Me ha gustado :)