martes, 22 de enero de 2008

Final feliz

¿Qué quieres ser de mayor? Era una pregunta que había formulado numerosas veces durante los varios años que llevaba ejerciendo la profesión. Se trataba de un juego, un test, incluso podía considerarse un experimento destinado a evaluar las contestaciones de los niños.

Yo quiero ser “tal”, como mi papá—. O como mamá si lo prefieres, era una respuesta común entre los pequeños. Incluso sin saber que hacían sus padres exactamente. A decir verdad la mayoría de veces solo conocían el nombre de la profesión, pero con eso bastaba. Bastaba para que el niño desease ser como su padre y bastaba para que el examinador, en forma de maestro, sacase sus conclusiones sobre el carácter del infante. A veces se lamentaba para sus adentros por el cambio de los tiempos y el efecto sobre sus pequeños alumnos. Ya casi no había niños que quisiesen ser astronautas o bomberos, el concepto de héroes había cambiado. Ahora sus ídolos eran jugadores de fútbol o pilotos de carreras. No era lo mismo, aunque a efectos prácticos lo pareciese, se había perdido el romanticismo inherente al deseo de ser alguien especial. Pero nunca le había sorprendido tanto una respuesta como en esta ocasión.

De mayor quiero ser escritor respondió el pequeño, mostrando una sonrisa de satisfacción en su pequeño rostro.

La maestra le miró con curiosidad por encima de la montura de sus gafas. ¿Cómo podía un niño que apenas sabe leer tener la ilusión de poder ser escritor?

— ¿Quieres escribir cuentos?— Le contestó con esa voz dulce con la que se habla siempre a los niños sin permitir que se viera su asombro ante esa situación.

El pequeño giró la cabeza fuertemente en señal de negación mientras apretaba los labios y negaba con una interjección.

— Quiero escribir finales felices, para que todo el mundo pueda tener uno—. Y sus ojos brillaron fugazmente llenos de ilusión.

Eso había pasado hacía varias horas, pero la profesora seguía sorprendida por los hechos Dejó las gafas sobre la mesa y entornando la vista se frotó con los dedos en el puente de la nariz, ahí donde le habían dejado una marca. Después tomó la taza de té y recostándose en la butaca sorbió el líquido todavía humeante sin poder evitar fantasear en un mundo donde todas las personas tuviesen un final feliz. Desde lo más profundo de su corazón deseó que ese pequeño, más que todos los demás, cumpliese su ilusión algún día. Dejó la taza de nuevo sobre la madera y con ese deseo cerró los ojos y soñó.

2 comentarios:

Diego Ingold dijo...

tenemos que estar atentos juanmilla...
porque los escritores de finales felices, no venden su obra...

esconden cada uno de esos finales en lugares extraños, con el fin de que los busquemos.

me imagino la cantidad de finales felices que no hemos encontrado, y los que nos quedan por descubrir..

un abrazo

Adam Reiss dijo...

Muy bonito ^^, me gusta. A ver cuando me vuelvo a poner :P