miércoles, 13 de febrero de 2008

Un cuento de corderitos

El gran lobo negro llamó a la puerta y enseñó una patita blanca, bien embadurnada de harina, bajo la puerta. Y lo único que pudo ver cuando esta se abrió fueron los afilados colmillos de una veintena de corderitos, de pelaje como el algodón, lanzándose ferozmente contra su rostro y miembros. Uno mordió su garganta y se alimentó de su sangre, mientras otro arranco los ojos con sus pequeños cuernos y los masticó ostentosamente mientras llenaba una copa con los fluidos vítreos. Otro arrancó un pedazo de carne de la barriga del lobo y metiendo la cabeza en el interior de su estómago, se alimento de los restos de su madre que quedaban aun por digerir. Otro incrustó las pezuñas en el pecho de la bestia arrancando un aún palpitante corazón y exprimiéndolo saboreó cada jugosa gota del néctar que desprendía, para finalmente engullir el órgano por completo. Uno de los más pequeños se sitúo bajo el cuerpo agonizante pero aún vivo del animal y se abrió camino hasta la jugosa médula y comenzó a roerla cuál molusco en la cena de navidad. Al otro extremo, afilados cual cuchillos unos dientes abrían el cráneo del moribundo alcanzando al final el preciado tesoro de materia grisácea. Lo despedazó minuciosamente metiendo cada fragmento en su boca con delicado placer. Algunos se alimentaron de la carne inerte durante el festín. Otros bebieron los jugos esparcidos en el terreno después. Pero hubo uno que permaneció quieto y atento todo el rato, hasta que el alma abandonó el cuerpo y entonces como si de un depredador se tratase, salto y la atrapó entre sus patas. La mordió, la rasgó y jugó con ella como un gato juega con el ratón, para después devorarla hasta la última gota de esencia.

Hubo un corderillo que al hacerse mayor, le creció una gran cornamenta enroscada y acabada en afilada punta. Aprendió a caminar a dos patas y marchó a un mundo debajo del nuestro. Otro, de pelaje blanco y brillante, tomó la noche como su reino, mientras que su gemelo murió al abrazar el sol y ser abrasado ardiendo su pelo y derritiendo su piel, mostrando como en la carne viva aparecían ampollas que reventaban a los pocos segundos. Otro dejó crecer su lana y cayó sobre el suelo en largos mechones semejantes a tentáculos. Y entonces se retiró a las profundidades del mar y descanso en su seno hasta hoy. Muchos de aquellos corderitos quedan aún hoy en día. Algunos en mi mente, otros muchos en la tuya. Pero los peligrosos son los que no conocemos, pues podrían ser cualquiera, excepto tú o tal vez yo.

* Extraido de una ¿Felicitación? de cumpleaños para " En Diek". Espero que no le moleste que lo halla retocado y colgado :).

1 comentarios:

Adam Reiss dijo...

que... tierno?, la verdad tío no vayas al psiquatra que no te dejan salir XDXD