lunes, 24 de marzo de 2008

Jack Still

Parte segunda

La cosa empezaba a pintar bien, ganaba suficiente dinero para los dos, incluso para pagar la dependencia de mi madre. Otra cosa que había hecho J.D. era enganchar a las chicas a la droga, que casualmente les suministraba él mismo. Lo utilizaba como doble moneda de cambio: por un lado parte del poco dinero que ellas se llevaban por su trabajo volvía a su bolsillo en poco tiempo, por el otro también lo usaba como un seguro para evitar que ninguna de ellas pudiese marcharse fácilmente. Espero que ardas en el infierno cabrón.

Estará mal que yo lo diga, pero creo que soy un buen hijo. Sabes que eres un buen hijo cuando tienes los cojones de salir a media noche a la calle para comprarle a tu madre la misma mierda que sabes que la está matando. Claro que podría haberla llevado a un centro de rehabilitación y entonces se habría curado, se casaría con uno de los doctores del centro y yo encontraría un trabajo mejor. Entonces nos iríamos a vivir todos juntos al otro lado de la ciudad y seríamos felices para siempre. La vida es una mierda y ese hecho no tardó en salir a relucir una vez más.

Reconozcámoslo: Cocaína, heroína y de más drogas, chicas inmigrantes y una amplia red de prostitución. J.D. no era lo suficientemente listo para organizar todo eso, y por desgracia yo no fui lo suficientemente listo para darme cuenta de ese hecho hasta que fue tarde. Había alguien más gordo detrás de todo y en este mundo el pez gordo se come al pequeño mientras que el pez pequeño lo único que puede hacer es esconderse. Me quedé sin mi trabajo legal, según ellos por agredir a un superior (lo que es parcialmente cierto), aunque ahora sé que en realidad alguien movió los hilos para joderme. De la misma manera que cuando me sacaron del trabajo ilegal también, porque cambiaban de “sector” y yo no era de confianza. Nunca entendí que confianza se necesitaba para mover cajones de madera de un lado al otro del puerto sin preguntar qué era.

Mi madre era una buena mujer. Si te atrevieses a decir lo contrario cogería tu cabeza y la partiría contra la pared más cercana, y si digo eso es porque no ibas a ser el primero. Cuando comenzó a faltarnos el dinero se ofreció a volver a la calle, pero yo no pensaba permitirlo. Hice todo lo que puede para seguir adelante y eso en algunas ocasiones no se limitaba a aceptar cualquier trabajo que surgiese. Pero cuando el pez pequeño tiene hambre ha de salir al descubierto y entonces es el momento en que el pez grande lo engulle.

Tenía ya veinte años cuando me cogieron y me llevaron inconsciente y atado a aquel lugar. El hombre que parecía mandar decía llamarse Vincent. Vestía bien, con traje y chaqueta, gafas de sol y un sombrero blanco de ala ancha. Sonrió al verme entrar y eso de algún modo me aterrorizó. J.D era un capullo, compartía mi opinión, pero hacía su trabajo y cuando lo quité de en medio tuvieron que buscar un reemplazo y eso cuesta gente y dinero, lo cual no le hacía gracia. Estaba cabreado conmigo, me dijo, y le encantaría matarme ahí mismo. Pero reconoció que eso no habría sido inteligente. Yo necesitaba trabajo y el necesitaba brazos fuertes. Estaba dispuesto a dejarme vivir si trabajaba para él desde ese mismo instante hasta el día en el que le intentara joder, momento en el cual me mataría sin pena alguna. Habría estado loco si hubiese rechazado la oferta.

Comencé haciendo trabajos de mierda, dando palizas a gente sin saber por qué, acompañando a gente que cobraba dinero sin saber por qué, guardando entradas sin saber qué pasaba dentro y levantándome cada día sin saber por qué seguía haciéndolo. Por supuesto que no le conté nada a mi madre, no quería que se preocupase, e incluso llegué a administrar el dinero para que no tuviésemos en exceso y no sospechase nada. No se cobraba mal en el nuevo curro. En casa de Vincent sabes que has subido de nivel cuando te llama a su despacho, te da un juguete nuevo y te invita a ir al Sombra (uno de sus locales) a tomar una copa y explicarte una nueva “fase” del plan que tiene para ti. Había recibido varios regalos, empezando por una chupa de cuero que aún me encanta, pasando por un puesto en “la furgoneta” y una semiautomática Glock del 17. Su último regalo había sido una Sporster 883 y supongo que nadie se gasta tanta pasta en una moto para alguien que no es importante. Supe que había alcanzado un nivel importante en la empresa de Vincent la noche en que me llamó a su despacho y me pidió que me sentase. Sacó del cajón un revolver con sumo cuidado y lo puso en la mesa, entre los dos. No era un arma nueva, se veía usada y algo gastada. Un Smith & Wesson 629, un clásico, me dijo. Había pertenecido a uno de “sus chicos” que ya no se encontraba entre nosotros. Dijo que yo le recordaba a él y que el revolver era mío si estaba dispuesto a aceptar todo lo que conllevaba. Habían pasado 7 putos años desde que entré en la casa de Vincent y nada me había preparado para ese momento. Acepté, por supuesto. Entonces me invitó a una copa de vino de su propia cosecha. Debió ser un vino muy fuerte porque se me nubló la vista enseguida. Me dio un abrazo y me dijo: “Bienvenido a la familia”.

La vida es una mierda, no me cansaré de repetirlo. Mi madre murió por culpa de la droga, como cabía esperar, cuando yo tenía 28 años. Vincent se portó como nunca y organizó un funeral sencillo pero digno como el que más. No había mucha gente, pero a excepción de a él no conocía a ninguno más. Todos eran hombres y estaba seguro que todos tenían posibilidades de ser mi padre. Me daba igual, nunca tuve ganas de conocer a mi padre y las ganas de matarle se me pasaron hacía tiempo.

No todo era trabajo en mi nueva vida. También tenía tiempo para mí, me gustaba mi moto y pasaba horas poniéndola a punto. También me gustaba salir las noches libres y hacer algo diferente, como por ejemplo sentarme tranquilamente en la barra de un bar. Me gustaba visitar locales ajenos a la casa de Vincent y me quedé colgado de uno en la parte este de la ciudad. En realidad he de reconocer que me colgué exactamente de Shelly, la camarera. Era una chica blanca y menuda, pero joder, menuda chica. Nadie hubiese dicho que era mi tipo a primera vista, ni yo mismo, pero era algo que no se podía evitar. Podría haber tenido a la chica que quisiese, tenía el dinero y la influencia y por descontado, el encanto necesario. Pero nunca me había interesado por ninguna. Por supuesto que estuve con mujeres, pero solo en momentos pasajeros. Creo que el hecho de ser un hijo de puta cambia tu punto de vista sobre este tema. Shelly era una chica sutil, pero picante y siempre iba vestida con unos shorts y un top, el “uniforme” del local pensé yo. Por su culpa me volví un usual del local, que no estaba tan mal después de todo y de vez en cuando se me permitía romper algún miembro al borracho ocasional que se pasaba con Shelly o alguna de las otras chicas. debo reconocer que realmente disfrutaba con ello.

3 comentarios:

Adam Reiss dijo...

Buena historia, tengo ganas de ver como termina... :P

Jill dijo...

Curiosamente "Sombra" era un bar de Manacor xD

Me ha gustado mucho la historia... ¿Cómo seguirá? >_<

Ikad dijo...

Gracias por los comentarios, me gusta ver que al menos no aburro con mis historias xD. Ahora me disponía a subir el siguiente capítulo, espero que siga gustando.